Alejandro González vive en el madrileño barrio de Sol. En su casa todo está perfectamente ordenado, casi al milímetro. El apartamento es un fiel reflejo de su profesión: ingeniero aeronáutico. Pulcritud en su máximo esplendor. Sin embargo, cuando entra en su estudio puede parecer que el caos se abre camino. Las pinturas, pinceles y lienzos son los protagonistas. Los papeles llenos de bocetos están extendidos por el suelo. Esto solo ocurre cuando trabaja en sus obras, auténticas genialidades. Como si en esa casa viviera un artista, pero después el orden vuelve a reinar en el ambiente. Es inevitable preguntarse en qué momento un ingeniero decide enfocar su vida en algo totalmente diferente como es el arte.
Su trayectoria artística comienza desde muy pequeño, aunque es incapaz de recordar cuál fue el momento en el que cogió su primer lápiz. Al igual que hicieron muchos otros, se fijaba en Supermán o Mazinger Z, pero él reproducía lo que se le pasaba por la cabeza y realizaba sus propias interpretaciones. Lo primero que llama la atención al visitarle es su forma de trabajar en el estudio. Sentado en el suelo rodeado de papeles escoge y coloca de forma totalmente intencionada los bocetos en función de lo que quiera pintar. En medio de ese aparente desorden capta ideas para tener una perspectiva global de los mismos. Este método, que no siempre utiliza, le ayuda a tener una idea inicial de lo que será su próxima obra artística. Según sus propias palabras, concibe esta perspectiva “como una lluvia de ideas pictóricas que me ayudan a encajar el trabajo”.
Su obra, al igual que su método de trabajo, es un fiel reflejo de su personalidad. Cualquier lugar es bueno para hacer algo, claro indicativo de su inquietud. Esta forma de actuar se ve reflejada también en las diferentes técnicas que explora. Toma el óleo como piedra angular, aunque no deja de lado el acrílico o la acuarela. o las técnicas mixtas. De nuevo, une lo clásico con lo moderno recurriendo a las técnicas mixtas, mezclando la pintura más clásica con la pintura digital. Casualidad o no, su labor como ingeniero también deja huella en su lado artístico; y es que uno de los lugares en los que más dibuja es en los aviones, ya sea en una servilleta o en una bolsa de papel. Cualquier soporte es bueno cuando la inspiración llega.
González no encuentra un estilo determinado a lo largo de su trayectoria, sino que la concibe como un aprendizaje constante, lo que hace que haya una evolución ininterrumpida. Tan diversa es su obra como sus conocimientos en este ámbito. Sus estudios artísticos partes de su formación en arquitectura, además de diversos cursos de la escuela de bellas artes de Madrid. Desarrolló la forma de trabajar la pintura y sus distintas técnicas aprendiendo de forma más específica pintura con módulos en Barcelona o en un curso con António López en Tudela.
La versatilidad es una de sus señas de identidad. Todo aquel que las contemple podrá ver en ellas multitud de referencias. Desde los pintores clásicos como Velázquez, hasta otros más modernos como Mark Rothko o Edward Hopper, sin olvidarse de artistas actuales o gente del cómic como Nicolas Uribe o Javier Olivares. Lo mismo ocurre con las temáticas y técnicas, en las que aparecen paisajes y pinturas al óleo que recuerdan a los clásicos del barroco, collages que evocan al constructivismo ruso, técnicas impresionistas mezcladas con pinturas mucho más realistas o estudios del cuerpo humano hechos al carboncillo o con lapiceros, entre muchos otros estilos.
Si tuviera que elegir entre su profesión y su pasión lo tiene claro: le encantaría dedicarse por completo a la pintura o la ilustración. Mientras tanto, aprovecha la ingeniería como una fuente más de inspiración para crear a través de ella nuevas obras, muchas de ellas digitales.
Podemos ver su obra en https://www.instagram.com/algongar1/