En un año especial, marcado por una pandemia que no conseguimos dejar atrás, se ha celebrado la feria ARCO 2021, desplazada al mes de julio, reducida en el número de galerías participantes y con los espacios muy abiertos para que pueda mantenerse cierta distancia de seguridad.
Esta es la 40 edición de la feria, que no ha conseguido ser la transgresión artística que se le presupone. Aun así, ha habido muchas obras de calidad y un programa preparado con el máximo cuidado.
Ha sido una feria llena de artistas consagrados, lo cual augura cierto éxito: como mínimo en cuanto al negocio que genera en sí misma, pero que en cierto modo rompe con lo que se espera, ya que uno de los grandes atractivos que tenían las últimas ediciones era encontrarse con obras sorprendentes, muchas veces por su polémica (recordemos la figura de Franco metida en un frigorífico o el “ninot” del Rey Felipe VI), otras por lo novedoso y otras por lo simples (hablaremos más adelante de la simpleza*).
Esa frescura en esta edición se ha perdido, salvo por algunas excepciones que además son las que más público han atraído. Se entiende que en una feria tan atípica lo ocurrido es normal: no podemos ser tan ilusos como para creer que ARCO es una oda al arte por el arte. También es un mercado y sin ese espíritu de mercado esta feria no se celebraría. Además, en tiempos convulsos los artistas consagrados aseguran que el mercado fluya. El gran problema es que con esta situación se genere un muro para los nuevos creadores llenos de talento que no están viendo cómo su trabajo se expone.
Esperemos que con el final de la pandemia y el fin de las restricciones podamos ganar en nuevos artistas con propuestas arriesgadas en las próximas ediciones.
La simpleza* en el arte hay que saber entenderla. Hay personas que rechazan el arte contemporáneo porque no creen que sea de calidad: se escucha una y mil veces la frase de que “esa obra la puede hacer un niño”. Y hay veces que sí, podría haberla hecho un niño, aunque eso no signifique necesariamente que no sea una gran obra. En otras ocasiones simplemente no es así. Como en todo, hay arte contemporáneo de mucha calidad, lo hay normal y lo hay malo. Y, como en general en el arte, que una obra sea simple no significa que sea mala. Hay arte minimalista excelente, que trasmite mil sensaciones, y su ejecución técnica es fascinante, pero tenemos el problema de que en estas ferias siempre pueden colarse y de hecho se cuelan obras con muy poca calidad; aunque por hoy las dejaremos de lado. Lo realmente importante es que esas obras (las de calidad) siempre fascinan y no se habla de ellas como lo que son, la condensación de muchas ideas en una ejecución simple y en ocasiones fácil.
En cuanto a los números los de esta feria han sido los siguientes: 9.300 visitantes, 1.300 artistas, 209 galerías y 30 países.
En definitiva, la feria ha funcionado en un contexto pandémico. El gran “pero” que se le puede poner nos lo indica que al pasearnos por los pabellones 7 y 9 de Ifema nos venga a la cabeza una y otra vez la idea “esta obra me suena”.
Volveremos en 2022, esperemos que sorprenda.