La gran sabana del sureste del parque nacional de Canaima, en Venezuela, es la jungla. Sabana tropical, bosques nubosos, ríos y cascadas. Son más de 1.500 millones de años, son enormes montañas de cimas planas, erguidas como gigantes de mil metros de altura, o más. Roraima, el más alto de los tepuis, y su cumbre a 2810 metros de altitud es un paraíso geológico y botánico, con una flora y fauna endémica propia: un mundo fantástico de formaciones rocosas, grietas, gargantas, estanques, cascadas, “playas” de arena, valles relucientes cristales de todos los colores, flores insectívoras de color rojo o amarillo chillón y brillantes colibrís. Desde Puerto Ordaz, los ríos Orinoco, Churrun y Carrao nos conducen hasta el pueblo de los indios pemones de Paratepuy, con quienes vadearás los ríos Tek y Kukenan a lomos de sus curiaras -embarcación larga que se realiza ahuecando el tronco de un árbol- hasta llegar hasta la base del Roraima, tras surcar ríos, arcoíris líquidos, producto de los minerales y plantas, azul, rojo y verde. Hay senderos que parten en todas direcciones hacia los lugares más significativos de la cumbre, como el valle de los Cristales; pero necesitarás al menos dos días para explorar sólo los más cortos. No importa. Desde el borde del tepui comprendes que la extraña realidad del Roraima supera a la imaginación y entiendes porqué inspiró a Conan Doyle para escribir «El Mundo Perdido».