Podemos mirarlo como queramos. Podemos darle mil y una vueltas. Podemos citar a los más sabios de este deporte, de este negocio y de este espectáculo, y la conclusión siempre será la misma. Este Mundial que acabamos de despedir tiene un único e inmenso triunfador, llamado Carmelo Ezpeleta y sus gentes, lideradas por Manel Arroyo, y sus médicos, capitaneados por el doctor Ángel Charte; un pillo y hábil campeón, que es el mallorquín Joan Mir y la tremenda Suzuki, y un doloroso y dolorido ausente, que es el campeonísimo Marc Márquez Alentá. Y punto. Eso es lo que ha sido la temporada, el campeonato, el Mundial, la sesión más dura (pero una de las más apasionantes) de las últimas décadas, cierto.

Ezpeleta ha sido capaz, llenándose de razones, ayudado por el dinero acumulado en los últimos años y peleando porque las cosas se hiciesen con el rigor y la seriedad necesaria, la que requería poner en marcha un tren con más de 1.500 pasajeros, de celebrar 14/15 grandes premios y salvar los muebles de todo el mundo. Ezpeleta ha sido capaz de proclamar tres grandes campeones en medio de un bosque de dificultades. Ezpeleta ha sido capaz de mantener viva la fe en las carreras y, sí, cierto, provocando el enfado de muchos (especialmente algunos medios periodísticos, que no entendieron la gravedad de la situación), empezar y acabar una empresa de titanes.

Este, no lo olvidemos, era un Mundial que estuvo a punto de celebrarse, integro, enterito, en territorio catarí, pues el propio Ezpeleta llegó a maquinar encerrar a todo el ‘paddock’ durante meses en Doha, Catar, entonces un lugar seguro, para hacer allí las 14/15 carreras que exigía la FIM para homologar los títulos. Finalmente, descartados los países fuera de Europa, el Viejo Continente se convirtió en el lugar ideal (o menos malo) donde celebrar hasta cuatro dobletes (Austria, San Marino, Aragón y Valencia) y completar una parrilla de brillantes y apasionantes fines de semana televisivos, donde ver como las estrellas nos hacían disfrutar gracias al hermetismo generado por Dorna alrededor de la pista. Bravo por todos ellos, gracias a todos ellos.

Este es un año que concluye con el campeón más pillo de todos. Como el propio Joan Mir reconoció, posiblemente “no he sido el más veloz, el más rápido, pero sí el más regular, el que mejor ha soportado la presión y, sobre todo, el que mejor ha interpretado un campeonato que, además de necesitar una moto moderna, rápida, eficaz y buena en cualquier terreno y clima, requería de una estrategia mental y sensata para ir sumando y recogiendo puntos hasta ni siquiera necesitar el último gran premio para cantar victoria”.

Mir ha sido, con mucho, el mejor de la temporada. Lo ha sido, puede, sí, por qué no reconocerlo, porque han fallado y mucho, demasiado, pilotos que estaban llamados a quedar por delante de él, empezando por su propio compañero de equipo, Alex Rins, que tuvo la mala suerte de lesionarse el primer día; siguiendo por el eterno subcampeón del mundo de los tres últimos años, el veterano y experto Andrea Dovizioso; continuando por el no menos ‘eterno aspirante’ al cetro mundial Maverick Viñales (“cada día me despierto pensando que seré campeón”); por no hablar del joven doble ganador de las dos primeras carreras (luego se supo que con alguna trampita de motor), el francés Fabio Quartararo; también con el no menos eterno perseguidor del décimo título, el veteranísimo Valentino Rossi y hasta mostrando nuestro asombro por la explosión de Franky Morbidelli y los chicos atrevidos de KTM, desde Brad Binder a Miguel Oliveira, pasando por el tremendo Pol Espargaró y no olvidanos ¡vaya que no! al ruidoso (y ya centradísimo) Jack Miller.

Pero ganó Mir e, insisto, incluso antes de que se cerrase el Mundial en el no menos precioso trazado de Portimao. Y ganó Mir porque fue quien mejor interpretó, encerrado en su burbuja personal, lo que había que hacer. Y venció porque supo que era el año, el Mundial, el momento, el título, el instante de saber aprovechar la ausencia del arrollador MM93, conocido como el ‘caníbal’ por la prensa italiana. Esa fue la gran enseñanza que nos deja este Mundial: cuando llegue tu oportunidad, aprovéchala, que jamás sabrás cuándo volverá a ocurrir.

Porque, veamos, seamos sinceros, este era un Mundial donde, de nuevo, Marc Márquez Alentá iba a ganar con una mano. Porque Marc Márquez sigue siendo, por mucho y con mucho, el mejor piloto de todos los tiempos. Y como sé que ustedes, todos, están pensando que mi admiración (y devoción) por Marc Márquez no parece tener límites (porque no los tiene, no), simplemente les ofreceré algunos datos, que, tal vez, les convenzan de lo que digo. Simplemente para que no piensen que es amor de amigo, de admirador, insisto.

Mir ha ganado el Mundial sumando un promedio de 12 puntos por gran premio. ¿Saben cuántos puntos cosechó de media por gran premio MM93 en su último título, el del 2019? Pues exactamente 22 por carreras. Es decir, casi el doble por GP que Mir.

Mir se ha llevado el título con 7 podios y ¡una sola victoria! ¿Saben cuántos podios y triunfos logró MM93, el pasado año, cuando ganó su octavo título mundial? Sumó 18 ‘cajones’ en 19 carreras: ¡ojito!, 12 victorias más 6 segundos puestos, no bajó nunca del segundo peldaño.

Mir se llevó el cetro superando al segundo, Franco Morbidelli, por 13 puntos, ni siquiera un gran premio, una victoria (25), ni siquiera un segundo puesto (16), no, no, por 13 puntitos. ¿Sabe cuántos puntos le sacó, el pasado año, Marc Márquez al segundo, que siguió siendo Andrea Dovizioso? ¡Pues la friolera de 151!, es decir, MM93 fue campeón superando por más de ¡6 victorias! al segundo mejor de la parrilla de MotoGP.

¿Hubiese o no hubiese ganado Marc Márquez Alentá el título en el 2020? Bueno, solo hay que recordar la remontada que protagonizó en la carrera de Jerez donde, según confesó hasta el mismísimo Casey Stoner, “humilló a todos sus rivales”. Cierto, se dañó, se hirió y, como explicó Mir cuando le preguntaron si su título valía más o menos (¡vale muchísimo! ¡lo vale todo!), “yo no secuestré a Márquez, lo intento y se hizo daño”.