De pronto se apaga la luz, empieza la duermevela, en esa frontera en la que ya el horizonte es tan solo el recuerdo de un filamento del recuerdo vienen otra vez a la memoria los objetos, los gestos; la vida empieza a diluirse, sucesivamente es una fotografía, luego una sombra, finalmente una acuarela, y en el sueño empiezas a buscar, definitivamente, qué objeto era antes, qué fue variando para que ahora lo que tengas sea un color, la raíz de una planta que nunca has visto, la respiración en el fondo del mar. Al despertar, aunque no lo sepas, esos objetos y esas alucinaciones (la luz rota, la mirada extraviada, distraída, la mirada que ve objetos donde hay palabras) ya forman parte de tu equipaje visual; irás a desayunar y sobre la geometría variable del yogur, o en medio del espejo negro que representa el café, verás el recuerdo final de la noche anterior, y ya no sabrás si es que viste una foto o una acuarela o fue tan solo un sueño. Decidirás, al fin, que, como en estas fotografías, eres el pintor al que el fotógrafo le cambió la respuesta que tenías instalada en los ojos, y ahora ves de otra manera. ¿El cuadro de Morandi? No, lo que tú recuerdas del cuadro de Morandi. Morandi te ha llenado de objetos, pero tú has decidido que todos son uno solo, y eres tú mirando mientras duermes el que ha hecho de esas propuestas tu propia composición. Ya el arte es tuyo, pero necesitas soñar para lograrlo. Decía Lewis Carroll: “Quisiera ver la luz de una vela cuando está apagada”. Sergio ha convertido los cuadros de Morandi en la luz de una vela cuando está apagada. Ahora eres tú quien lleva esos objetos en la retina, y ya no son de Morandi, Sergio los convirtió en sueños apagados por el agua.
Juan Cruz – Diario El País
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