Cuando los viajes estaban solo al alcance de una minoría, yo lo hacía cada sábado con Jane y Tarzán desde el cine de mi barrio. Abrieron mis ojos a paisajes maravillosos, conviví con tribus diferentes a las mías, conocí animales inteligentes, me hicieron saber que los cocodrilos son animales con muy malas pulgas y que los leones también viven fuera de San Mamés.
Hatari me mostro la cara más aventurera y divertida de África, de la que me enamoré hasta el tuétano, aunque fui descubriendo la cara B de la moneda, la de la explotación, segregación y la del saqueo y expolio de sus recursos naturales; pero esa es otra historia.
Viendo Mogambo me vi obligado a compartir mi amor con Ava Gardner, y no me arrepiento porque también nos enseño la parte mas valiosa del continente, su gente, la que pobló durante siglos estas tierras, Mossi, Bantúes, Masais, Nok o bosquimanos, esos que en Los dioses deben estar locos nos hicieron pasar por lo que somos, unos auténticos idiotas que acumulamos todo tipo de cosas inútiles y que allí no les sirven para nada.
Hoy, con muchos de esos sueños cumplidos, sigo enganchado a esa tierra, del Serengueti, de Masai-Mara, de sus habitantes, de su fauna y que me sigue emocionado escuchar la banda sonora de Memorias de África, que es la mía. Porque allí empezó todo, en la garganta del Olduvai y, aunque es divertido saber que la primera mujer se llama Lucy gracias a The Beatles, hubiese preferido un nombre mas auténtico, pero me gusta.