Termas de Rio Hondo es un reloj líquido anclado en otro tiempo, es óxido, tradición y calma, un salto en el vacío y quizá un agujero negro del que únicamente se sale atravesando un puente que aún te aleja más allá en la historia del tiempo.

Con paso lento y cansino, sus habitantes parecen flotar sobre las sales minerales que asientan el lugar en inestable equilibrio natural y que los Incas visitaban con frecuencia para hundirse en sus aguas calientes y milagrosas que, por capricho de los dioses, brotaban desde lo más profundo del corazón de estas tierras, para sanar sus maltrechas y guerreras osamentas. Fue su Río Sagrado y venerado.

No lo han visto así sus modernos moradores que, desoyendo a esos caprichosos y antiguos dioses, maltrataron al Rio Hondo que les alimentó, lavó, sanó heridas, les transportó hacia otras tierras y les mantuvo en otro mundo – quizá mejor – cuando decidieron doblegar y amansar sus aguas construyendo “El Dique”. Hundieron tras él siglos de historia, lanzando a 21 kilómetros aguas abajo su ya olvidada historia.

Cuentan de San Francisco Solano que, en su viaje a Tucumán, tan solo precisó lanzar a sus aguas un cordón de su modesto calzado para detener la furia de tan hondo caudal, abriéndole un paso seguro a través de el, para que el Santo y sus acólitos pudiesen franquearlo a salvo. No era tan complicado.

Es lo que tienen estas tierras, en la que el segundero se ríe del minutero… sí sabes creer en lo que no se ve.